lunes, 31 de marzo de 2025

Paco, "mi portero".

Me enteré por sorpresa.

Nada más empezar la retransmisión del partido en Carballo narrado por Gustavo Varela y comentado por Milucho, ambos informaban de la muerte de Francisco Rodríguez, Paco, el  portero titular del Pontevedra CF a lo largo de la primera mitad de los años 80.

Me impresionó la noticia, sentí una tristeza especial, parecida a esa que se experimenta cuando fallece un cantante o una actriz cuyas melodías o películas acabaron resultando, por lo que fuera, importantes para la singladura de la vida.

Paco era “mi portero”.

El guardameta del primer Pontevedra cuya alineación puedo recitar de corrido y no por las historias contadas y no vividas. Ni por los libros de fútbol que describen hazañas gigantescas del Pontevedra pero que nunca pude presenciar.

Era “mi portero” porque lo vieron mis propios ojos, porque le vi defender el arco del equipo de mi ciudad, porque le vi parar y defender el escudo que tanto significa para el que esto escribe.

¿Cómo olvidar el olfato de gol de Soneira, la calidad de la zurda de José Emilio, la insultante juventud y finura de Taboada, el constante trabajo y contundencia por abajo y por arriba de Cal y Collazo, la clase de Dominguitos, el “perro de presa” en el que se convertía Milucho cada vez que le encargaban “secar” al rápido y talentoso del rival, la elegancia de Churruca, la fuerza y cara de “malas pulgas” de Amigó o a uno de los mejores centrales que he visto nunca jugar en el Pntevedra como Pedro Tapia.

No eran los jugadores de los años 60 que proporcionaron a la afición, ciudad y comarca entera unos años gloriosos que quedarán para siempre en los anales de la historia.

Jugadores algunos de los cuales nos han ido dejando como tan recientemente Roldán I pero a los que por edad no puede ver, no puede sentir, no puede relacionar con pasajes de mi vida.

Por detrás de todos ellos, con su delgadez y bigote, con su gorra cada vez que el sol amenazaba con entorpecer la visión, estaba Paco que dejó el Flavia en el 82 para jugar aquí.

No le recuerdo como un portero espectacular de intervenciones agradables para las cámaras sino como un guardameta sobrio, serio, con el que se podía ir a a Ipurua para enfrentarte a 90 minutos de balones colgados al área a lo largo de los cuales atraparía todos sin regalar una “palomita” a la televisión pero otorgando la máxima seguridad a su defensa.

La muerte de Paco me estremeció por dentro porque significaba que un pedacito de mi infancia granate se marchaba para siempre y lo hacía demasiado pronto.

Aquellas interminables semanas de colegio y luego de instituto siendo incapaz de entender las matemáticas o el inglés pero esperando ansioso a que llegara el Domingo para ir con mi padre a Pasarón y ver a unos futbolistas que no eran de primera pero que se comían el césped en la cuarta categoría con la ambición de demostrar que ese no era el lugar que nos correspondía. Que su categoría como jugadores y que la categoría de la afición estaban bastante por encima de esa barrera.

 Aquellos duelos en Liga frente al CD Orense, el primer puesto conseguido a base de convertir Pasarón en terreno casi inexpugnable para los rivales, las segundas partes en las que (al contrario que ahora) se atacaba y “aplastaba” a los contrarios contra la portería de sur aprovechando una pequeña pero existente colina que convertía al equipo en un huracán alentado por su gente.

En esos años me enamoré de todo esto. Aprendí a querer y comprender lo que significa el Pontevedra CF.

Que por encima de ganar y perder estaba la lucha, el compromiso, el provocar que el aficionado pudiera sentirse representado al ver las camisetas de sus jugadores empapadas de sudor y barro.

Que quizá nunca se volvería a Primera División pero que este escudo exige siempre luchar contra molinos de viento, que el fracaso no lo constituye la derrota sino el no levantarse otra vez y volver a intentarlo, que nada hay más bonito que celebrar un gol granate y celebrar los éxitos conseguidos y que estos siempre llegarán después de un esfuerzo enorme; de qué nadie nos regalará nada nunca.

Que el fútbol que yo quería ver, que quería vivir, que quería sentir era este, el de Pasarón y no el que se jugaba a treinta km al sur.

En esos años cada vez más lejanos quien protegía los palos de mi portería era Paco.

Quien sacaba balones aparentemente fáciles sin ninguna alharaca pero que luego te dabas cuenta lo difíciles que eran, era Paco.

Estuvo en Pontevedra 4 temporadas hasta que al terminar la 85/86 se marchó precisamente al Bergantiños en donde siguió cosechando buenas actuaciones.

En el aspecto individual acumuló en la temporada 82/83 más de 760 minutos sin encajar un gol, marca que creo sigue vigente todavía en el club.

En el colectivo, participó decisivamente en el ascenso a 2B de la 83/84.

Aquella campaña el Pontevedra fue un ciclón en la Liga y nadie pudo discutir siquiera su primer puesto.

En la primera eliminatoria por el ascenso, se sobrevivió al campo de cenizas del Mensajero y luego se les pasó por encima aquí.

Y tras golear en Pasarón al Eibar, en una de las tardes noche que no olvidaré jamás, Paco lideró en Ipurúa desde la portería con su seguridad y saber estar a un Pontevedra que ni siquiera sufrió demasiado el empuje eibarrés.

Le veía de vez en cuando en Pasarón estos últimos años y mi absurda timidez y falta de confianza que tanto daño me hacen, me impidieron acercarme alguna vez y decirle.

“Usted es Paco, verdad? Gracias por hacerme soñar hace tantos años y proteger mi portería como lo haría un padre con sus hijos”.

Hasta siempre Paco. Hasta siempre "mi portero".  

2 comentarios:

  1. Solo felicitarle por este bloc q sepa q me siento muy identificado en concreto con este, pues debemos ser coetaneos, porque mis recuerdos son similares. Un saludo.

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  2. Que gran equipo,como nos hizo disfrutar,buen portero y buena gente,d.e.p

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