Me enteré por sorpresa.
Nada más empezar la
retransmisión del partido en Carballo narrado por Gustavo Varela y comentado
por Milucho, ambos informaban de la muerte de Francisco Rodríguez, Paco, el portero titular del Pontevedra CF a lo largo
de la primera mitad de los años 80.
Me impresionó la
noticia, sentí una tristeza especial, parecida a esa que se experimenta cuando
fallece un cantante o una actriz cuyas melodías o películas acabaron
resultando, por lo que fuera, importantes para la singladura de la vida.
Paco era “mi portero”.
El guardameta del primer
Pontevedra cuya alineación puedo recitar de corrido y no por las historias
contadas y no vividas. Ni por los libros de fútbol que describen hazañas
gigantescas del Pontevedra pero que nunca pude presenciar.
Era “mi portero” porque
lo vieron mis propios ojos, porque le vi defender el arco del equipo de mi
ciudad, porque le vi parar y defender el escudo que tanto significa para el que
esto escribe.
¿Cómo olvidar el olfato
de gol de Soneira, la calidad de la zurda de José Emilio, la insultante
juventud y finura de Taboada, el constante trabajo y contundencia por abajo y
por arriba de Cal y Collazo, la clase de Dominguitos, el “perro de presa” en el
que se convertía Milucho cada vez que le encargaban “secar” al rápido y
talentoso del rival, la elegancia de Churruca, la fuerza y cara de “malas
pulgas” de Amigó o a uno de los mejores centrales que he visto nunca jugar en
el Pntevedra como Pedro Tapia.
No eran los jugadores
de los años 60 que proporcionaron a la afición, ciudad y comarca entera unos
años gloriosos que quedarán para siempre en los anales de la historia.
Jugadores algunos de
los cuales nos han ido dejando como tan recientemente Roldán I pero a los que
por edad no puede ver, no puede sentir, no puede relacionar con pasajes de mi
vida.
Por detrás de todos
ellos, con su delgadez y bigote, con su gorra cada vez que el sol amenazaba con
entorpecer la visión, estaba Paco que dejó el Flavia en el 82 para jugar aquí.
No le recuerdo como un
portero espectacular de intervenciones agradables para las cámaras sino como un
guardameta sobrio, serio, con el que se podía ir a a Ipurua para enfrentarte a
90 minutos de balones colgados al área a lo largo de los cuales atraparía todos
sin regalar una “palomita” a la televisión pero otorgando la máxima seguridad a
su defensa.
La muerte de Paco me
estremeció por dentro porque significaba que un pedacito de mi infancia granate
se marchaba para siempre y lo hacía demasiado pronto.
Aquellas interminables
semanas de colegio y luego de instituto siendo incapaz de entender las
matemáticas o el inglés pero esperando ansioso a que llegara el Domingo para ir
con mi padre a Pasarón y ver a unos futbolistas que no eran de primera pero que
se comían el césped en la cuarta categoría con la ambición de demostrar que ese
no era el lugar que nos correspondía. Que su categoría como jugadores y que la
categoría de la afición estaban bastante por encima de esa barrera.
Aquellos duelos en Liga frente al CD Orense,
el primer puesto conseguido a base de convertir Pasarón en terreno casi
inexpugnable para los rivales, las segundas partes en las que (al contrario que
ahora) se atacaba y “aplastaba” a los contrarios contra la portería de sur
aprovechando una pequeña pero existente colina que convertía al equipo en un
huracán alentado por su gente.
En esos años me enamoré
de todo esto. Aprendí a querer y comprender lo que significa el Pontevedra CF.
Que por encima de ganar
y perder estaba la lucha, el compromiso, el provocar que el aficionado pudiera
sentirse representado al ver las camisetas de sus jugadores empapadas de sudor
y barro.
Que quizá nunca se
volvería a Primera División pero que este escudo exige siempre luchar contra
molinos de viento, que el fracaso no lo constituye la derrota sino el no
levantarse otra vez y volver a intentarlo, que nada hay más bonito que celebrar
un gol granate y celebrar los éxitos conseguidos y que estos siempre llegarán
después de un esfuerzo enorme; de qué nadie nos regalará nada nunca.
Que el fútbol que yo
quería ver, que quería vivir, que quería sentir era este, el de Pasarón y no el
que se jugaba a treinta km al sur.
En esos años cada vez
más lejanos quien protegía los palos de mi portería era Paco.
Quien sacaba balones
aparentemente fáciles sin ninguna alharaca pero que luego te dabas cuenta lo
difíciles que eran, era Paco.
Estuvo en Pontevedra 4
temporadas hasta que al terminar la 85/86 se marchó precisamente al Bergantiños
en donde siguió cosechando buenas actuaciones.
En el aspecto
individual acumuló en la temporada 82/83 más de 760 minutos sin encajar un gol,
marca que creo sigue vigente todavía en el club.
En el colectivo,
participó decisivamente en el ascenso a 2B de la 83/84.
Aquella campaña el
Pontevedra fue un ciclón en la Liga y nadie pudo discutir siquiera su primer puesto.
En la primera
eliminatoria por el ascenso, se sobrevivió al campo de cenizas del Mensajero y
luego se les pasó por encima aquí.
Y tras golear en
Pasarón al Eibar, en una de las tardes noche que no olvidaré jamás, Paco lideró
en Ipurúa desde la portería con su seguridad y saber estar a un Pontevedra que
ni siquiera sufrió demasiado el empuje eibarrés.
Le veía de vez en
cuando en Pasarón estos últimos años y mi absurda timidez y falta de confianza
que tanto daño me hacen, me impidieron acercarme alguna vez y decirle.
“Usted es Paco, verdad?
Gracias por hacerme soñar hace tantos años y proteger mi portería como lo haría
un padre con sus hijos”.
Hasta siempre Paco.
Hasta siempre "mi portero".
Solo felicitarle por este bloc q sepa q me siento muy identificado en concreto con este, pues debemos ser coetaneos, porque mis recuerdos son similares. Un saludo.
ResponderEliminarQue gran equipo,como nos hizo disfrutar,buen portero y buena gente,d.e.p
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