Creo que la primera vez que vi a Joaquín Sabina en televisión fue en aquel recordado programa de nombre "Si yo fuera Presidente" dirigido y presentado por Fernando García Tola.
Era un espacio
divertido y sobre todo provocador de mediados de los 80 que llegó a despertar
las protestas de diferentes colectivos incluida la Conferencia Episcopal por
alguno de sus contenidos.
Y por aquellos lares
aparecía un jovencísimo Sabina (con su grupo Viceversa y un Pancho Varona
también muy joven) enseñando su música junto a otros autores inolvidables como
Javier Krahe o Alberto Pérez.
En ese coqueto escenario
del programa le vi interpretar “Pongamos que hablo de Madrid”, “Juana la Loca”
o algunos otras canciones de aquella época y desde entonces me enamoré de unas
letras en las que muchas de ellas reinaba el desamor, el paso del tiempo y en
otras se describía esa sociedad española de los 80, sedienta de libertad, en la
que apenas había límites y que en los tiempos actuales de oscuridad parece pertenecer
a una realidad distópica.
No sé si por mi
excesiva querencia a la melancolía, o por la sensación que me embarga a veces
de vivir una vida que no me pertenece que poco o nada tiene que ver conmigo y
que parece estar interpretada por alguien que no soy yo; no sé, repito, si por
esos motivos o por otros que ni siquiera he llegado a descubrir todavía, lo
cierto es que odio los domingos por la tarde.
“Tirarse” en un sofá a
reflexionar sobre lo rápido que agoniza otro fin de semana o sobre las
complicaciones que a buen seguro traerá consigo la nueva no es un ejercicio
ni saludable ni recomendable para nadie que tenga un mínimo sentido común pero
lo cierto es que domingo tras domingo suelo repetir tal ejercicio de tortura
innecesaria individual sin que tenga la impresión de que en algún momento de mi
vida futura pueda llegar a remediar tal disparate.
Claro que durante ocho
o con suerte nueve meses de cada año, este espectáculo autodestructivo
encontraba un aplazamiento cada 15 días gracias a que un buen día también de
los albores de los años 80 me encontré con la aventura del Pontevedra CF.
Esos Domingos, sobre
las cuatro de la tarde, ya no había sofá (por lo menos hasta las ocho) sino
caminata hasta el Estadio en compañía de un amigo tan “alegría de la huerta” como
el que esto escribe. No había, todavía, Lunes a las 9 de la mañana sino
alineaciones, puntos importantes en juego y camisetas granates corriendo en pos
de un balón acelerando un corazón que todavía no pensaba en mañana sino que
vivía intensamente el ahora.
En esos momentos, en el
vetusto que ahora ya no lo es; celebrando un gol a favor o lamentando uno en
contra; aplaudiendo, gritando, riendo o incluso a veces llorando no venía a mi
cabeza otra de esas letras maravillosas de Joaquín Sabina en este caso de su
tema “Contigo” en el que el protagonista afirmaba “Yo no quiero Domingos por la tarde, yo no quiero columpio en el jardín;
lo que yo quiero corazón cobarde es que mueras por mí…”
En esos momentos de fútbol,
en esas tardes de Domingo, ese corazón lo que quería es que muriesen por él y
por el resto de los seguidores granates los privilegiados que vestían la
camiseta y los fantasmas en forma de Lunes no tenían otra alternativa que
resguardarse en el fondo del cerebro, aguardando su oportunidad de volver a
pasear sus sábanas blancas en el preciso instante en el que los ecos del balón
volvieran a apagarse por completo.
Después de 7 meses, de
un confinamiento severo, una suspensión de Liga, una pretemporada atípica y un
comienzo oficial de campaña tardío, volvía el Pontevedra CF a jugar un partido
en Pasarón, otorgando la posibilidad a este más atribulado que nunca bloguero, de
no pasarse una tarde de Domingo más en su casa pensando en lo infeliz que iba a
ser a partir del día siguiente.
No obstante, las
noticias de las últimas semanas en cuanto a la expansión de la pandemia no
podían ser más negativas y la ilusión de que una gran mayoría de abonados
pudieran acudir a apoyar al equipo eran una quimera.
Al final, se permitió
la entrada a 300 (igual número que el de aquellos espartanos que en un acto de
heroísmo desmedido bajo el mando de Leónidas desafiaron al numeroso ejército de
Jerjes I) y la elección de los “espartanos” se produciría por sorteo.
Que al incauto escritor
de esta columna no le iba a tocar un “boleto” ni cotizaba. Más que nada porque
lo único que me ha tocado en la vida fue un recopilatorio del grupo “Parchis” hace
40 años y no precisamente mediante el azar sino disputando el premio “al juego
de la silla” y arriesgando mi por aquel entonces tiernas caderas frente a mi
último rival en el juego que me sacaba muchos centímetros y algunos kilos de
peso.
Lo cierto es que como no podía ser de otra forma, ni en
la lista de 300 titulares ni en la de 200 suplentes apareció mi nº de socio,
con lo que me tocaba hacer memoria para recordar el último partido jugado en
casa al que no pude asistir, ejercicio en el que fracasé pues no pude recordar
la fecha de tal extraña efeméride.
Tocaba web para ver el
partido y a pesar de los temores acerca de la calidad de la imagen, lo cierto es
que por lo menos en mi caso la conexión fue perfecta y puede ver el encuentro
con bastante nitidez.
Y lo que vi, lo cierto
es que me decepcionó.
No ya tanto por el
empate final sino por la forma en que se llegó a ese resultado.
Vi una primera parte en
la que el Pontevedra abusó de forma exagerada del “pelotazo” y digo “pelotazo”
y no “balón en largo” porque esta forma de juego podría dar alguna clase de
fruto si se dirigiera la pelota con algo de sentido hacia jugadores que puedan
imponerse en ese lance y sobre todo si se aprovechan las constantes segundas
jugadas que esa forma de juego provoca.
Lejos de ello, el
Pontevedra apenas ganó alguna de esas segundas jugadas y por el contrario el
rival si salía vencedor en casi todas ellas en ambos terrenos de juego lo que
daba lugar a demás a una mayor continuidad en las acciones de Unionistas que las nuestras que siempre pecaban de un apresuramiento incomprensible a esas
alturas de partido.
Nuestro peligro en esa
primera parte llegó en algunas contras provocadas por los espacios ofrecidos
por el rival, sobre todo, en saques de esquina o faltas laterales a favor en
las que arriesgaban mucho. Por ahí llegó una buena ocasión de Charles que
frustró el portero charro en la única parada de la primera parte y otra acción
en la que una dejada de tacón de Romay se quedó corta ante la llegada solo de
Alex Glez.
Por el contrario, cada
vez que el Unionistas merodeaba nuestra área existía una sensación de peligro
evidente y tras varias llegadas de peligro consiguió su gol tras un lanzamiento
precioso que sorprendió a Mario Fernández.
Fue una primera parte,
insisto, en la que no se controló la situación en ningún momento ni en ataque
ni en defensa y en la que a mi juicio el Unionistas fue mejor que nosotros.
Por desgracia, la
decoración no cambió demasiado al comienzo de la segunda parte. Los primeros
minutos de la misma discurrieron por el mismo camino aunque ya se veía que el
rival, contento con la renta, iba a arriesgar menos en ataque y resguardarse
más en su parcela para conservar el resultado.
El primer cambio
granate apenas cambió nada. La salida de Oscar por Calvillo apenas se notó y no
fue hasta pasado el minuto 60 cuando Adrián y Jorge hicieron su entrada en
lugar de Imanol y Alex.
No es que con esos
cambios el partido cambiase radicalmente; no es que con las sustituciones el
Pontevedra CF mejorase sobremanera en su rendimiento pero sí es cierto que en
ocasiones se movió la pelota con algo más de pausa e incluso se consiguió
penetrar algo por banda izquierda con un Jorge que no jugó malos minutos.
Es cierto que a todo
ello colaboró la actitud ya mencionada de un Unionistas más defensivo pero por
lo menos se logró jugar mucho más en campo visitante y forzar faltas o saques
de esquina con los que tratar de hacer daño al contrario.
En uno de esos balones
parados llegó un penalti de esos que si te los pitan a favor dices que es claro
pero si te lo pitan en contra te acuerdas de los ancestros del árbitro.
Charles asumió el
lanzamiento con personalidad y anotó un empate que quizá ya se estaba mereciendo
aún sin crear excesivo peligro real sobre la portería de Serna.
Antes del penalti el
propio Charles había gozado de la mejor ocasión al cabecear rozando el palo un
buen centro desde la derecha y alguna otra llegada peligrosa que no encontró
remate también había inquietado algo a Unionistas.
Tras el empate, el
rival pareció despertar y volvió a desplegarse en ataque en alguna ocasión
sembrando la inquietud en una defensa granate con un Churre extrañamente
nervioso y un Nuñez no demasiado expeditivo en ocasiones.
Aún tuvimos la última
para ganar en un remate escorado dentro del área de Oscar que despejó a la
esquina el portero contrario en la única parada que se vio a obligado a
realizar en la segunda parte. Pero no era el día y el partido terminaba con un
reparto de puntos que reflejaba bastante bien lo ocurrido sobre el césped de
Pasaron.
No fue un buen partido
del Pontevedra.
A diferencia de lo
acontecido siete días antes en Ferrol en el que el equipo disputó 20 o 25
minutos muy buenos tras el descanso, contra Unionistas prácticamente nunca
pudimos imponernos en fase alguna del partido.
Demasiado balón de la
defensa a los puntas sin sentido, casi nula elaboración de juego cuando el
rival estaba más encerrado, pocas o poquísimas llegadas desde las bandas para
colocar centros hacia Rufo o Charles y cierta inseguridad defensiva provocada
casi siempre por no imponerse en segundas jugadas y balones divididos que sobre
todo durante el primer tiempo eran siempre para el rival.
Es evidente que la
categoría es tan complicada como siempre. Esta temporada, además, mucho más
estresante por el sistema de competición y la reestructuración en ciernes.
Pensar en que el equipo se iba a pasear por su subgrupo como un “obús” sin encontrar problemas ni
dificultades es absurdo.
Todos los equipos
tienen su peligro, todos los equipos se juegan muchísimo, todos los equipos nos
estudian y estudiarán minuciosamente para tratar de neutralizar nuestras
virtudes que sin duda las tenemos y muchas.
El reto está en
encontrar las soluciones a las trampas y emboscadas que nos van a poner los
contrincantes; en poder variar el guión de un partido que se complica para
hacerlo caer de nuestro lado explotando la mayor calidad de plantilla con la
que contamos este año; en no ponerse nerviosos demasiado pronto y mantener la
serenidad sobre el césped, en definitiva, en conseguir que todo el fútbol que
este conjunto tiene de mediocampo para arriba fluya con más naturalidad aunque
a veces haya que cambiar dibujos tácticos para conseguirlo.
El problema no es el
empate, sino como se llega a ese empate.
En pocos días,
tendremos otra oportunidad de plasmar mejoría sobre el terreno de juego.
Será en Pasarón y con
otros 300 aficionados tan solo en el campo. El factor cancha por lo menos en
Galicia ha perdido mucho peso y con ello debe lidiar también nuestro equipo.
Cuanto antes se
acostumbre a esta penosa y desalentadora situación, mucho mejor.