En la Antigua Roma, cada vez que un general al mando de sus legiones conseguía un gran triunfo militar sobre las “hordas bárbaras” que aguijoneaban alguna de las fronteras del Imperio, o sobre ejércitos de otros territorios que eran conquistados, la costumbre dictaba que ese comandante fuera recibido con un fastuoso y multitudinario desfile celebrado en la gran capital imperial, Roma.
Detrás del caudillo al
mando de las legiones triunfantes, muy cerca (quizá solo a unos pasos a su espalda)
se colocaba un siervo con la única misión de trasladarle al oído en varias
ocasiones durante el recorrido una sola frase: “memento mori”, lo que venía a significar, más o menos, “recuerda que morirás”.
Algunos estudiosos apuntan
que la frase era algo más larga y que vendría a ser traducida como “Mira tras de ti. Recuerda que solo eres un
hombre.”
Sea cual fuere la frase
repetida por ese disciplinado sirviente cada vez que un general se bañaba en
los aplausos y aclamaciones de los habitantes de Roma, la finalidad de la misma
parecía clara y no era otra que recordar al vencedor su condición mortal y en
consecuencia finita. Lograr así que la soberbia y el ego desmedido no campasen
a sus anchas por su cerebro y le hicieran recordar la obligatoriedad del
cumplimiento del derecho romano y descartar veleidades o tentaciones golpistas,
que como a buen seguro los lectores conocen, eran bastante habituales entre los “corrillos”
más selectos del Imperio.
Escuchando a lo largo
de la semana a Yago Iglesias (incluso en la rueda de prensa posterior al
partido de anteayer), me he imaginado varias veces al entrenador y al resto de
su cuerpo técnico, susurrando quedamente a cada uno de sus futbolistas consignas
como las de que “solo somos un equipo de 2RFEF”; “podemos perder en cualquier
momento si no salimos como es debido” o “no hemos hecho nada aún, hay que
mejorar.”
Porque lo cierto es que
después de meterle seis a unos, cinco a otros o cuatro al líder en su propio
territorio de combate que hasta ese instante resultaba invulnerable para todo
ejército que intentaba ocuparlo, la tentación de sentirse omnipotente o
invencible podría calar de forma inconsciente y preocupante no ya entre la
afición (cuyo derecho a soñar es incuestionable) sino en el propio vestuario lo
que sí podría afectar de manera negativa a la trayectoria magnífica que se
estaba y se está llevando.
Y el primer ejemplo de
la conveniencia de esos avisos o advertencias (que quizá se hayan producido o
no por parte de Iglesias) llegó el pasado Domingo en forma de un ordenado,
defensivo y correoso Oviedo –Vetusta que llegó a crear incertidumbre en algún
tramo de la segunda parte sobre el resultado final del partido.
Se presentó el filial “azul”
con las ideas claras y una línea bien definida de cinco atrás y tres medios por
delante que trataron de dificultar por todos los medios el juego principalmente
de Mayo, Yelko y Dalisson así como las salidas de nuestros centrales con sus
dos hombres más adelantados que no tenían complejo alguno en correr lo que
hiciera falta para presionar la salida granate desde atrás.
Aún así, el Pontevedra
CF se hizo con el mando total de la situación a lo largo de toda la primera
parte.
Sin la fluidez de otros días, sin esa
velocidad de balón, sin alaharacas en su juego pero estando casi todo el tiempo
en campo rival y buscando los caminos para hacer daño.
No creo que sea
casualidad que esta temporada estemos viendo muchos lanzamientos a puerta desde
lejos por parte de nuestros futbolistas.
Entiendo que es otra
orden o recomendación vertida desde el banquillo pues a falta de espacios para
combinar, con equipos hundidos cerca de su área, intentarlo desde fuera no es
que resulte conveniente sino que es incluso necesario.
Lo había intentado ya
el propio Mayo minutos antes con un disparo desde fuera del área que se marchó
fuera. Minutos después, en su segundo intento, el balón entró en la portería
asturiana como un obús y el espigado mediocentro sumaba a las virtudes que ya
ha enseñado a lo largo de estas semanas,la de ser capaz de hacer goles de
esta manera para seguir enamorando un poco más si cabe a los seguidores granates.
También en el primer
tiempo, a falta de la magia de Yelko o Dalisson bien tapados por el rival,
apareció Chiqui en dos ocasiones.
La primera tras un pase
en largo maravilloso de Churre hacia la izquierda que el ex coruxista controló
de manera primorosa orientando la pelota con ese mismo control hacia el interior
del área. Su lanzamiento tras la incursión en zona de castigo fue repelido en gran parada por un
portero oviedista que causó gran impresión en Pasarón.
La segunda, ocupando
una posición más centrada y cediendo a Rufo que ocupaba su lugar en la
izquierda un buen balón para que el “pelado” se la devolviera en casi un pase
de la muerte al que no llegó por pocos centímetros para empujar a puerta vacía.
La peor fase del
partido llegó después, en el segundo tiempo.
Salió el Pontevedra al
campo algo parado, contemplativo e incluso dubitativo.
El Oviedo todavía no
cambiaba nada y seguía bien armado y los nuestros dieron la impresión de no
saber exactamente qué actitud tomar en ese momento.
Fueron minutos en los
que se siguió teniendo el control de la posesión pero en los que se abusó quizá
demasiado del balón largo sin sentido y en los que apenas se llegó con
intención al área contraria.
La incertidumbre subió
cuando, ya avanzada la segunda parte, el rival sí decidió dar un paso más con los
cambios y tratar de tener más presencia cerca de Edu.
Cambiaron a un sistema
con cuatro defensas y tampoco el Pontevedra pareció entender bien la forma en
la que meterle el diente al Oviedo y terminar definitivamente con el choque.
Es cierto que ellos tampoco crearon demasiadas ocasiones en nuestra portería(la más clara fue nuestra en un lanzamiento de Yelko repelido de manera muy meritoria por el guardameta).
Tuvieron dos llegadas
peligrosas, una por banda, en la que decidieron mal en la primera y nuestros
centrales estuvieron bien en la segunda para enviar a córner.
De hecho, su único
remate a puerta llegó a través de una falta muy escorada a la izquierda en la
que Edu tuvo que recular unos pasos para desviarla con algún apuro tras dar la
impresión de que esperaba el centro y no el remate directo.
Aún así fueron minutos
en los que me vino a la memoria esos desfiles aludidos al principio de esta
columna.
Minutos en los que
resultó patente que somos un buen equipo, sí, pero un buen equipo de 2RFEF que es sometido a estudio por los
cuerpos técnicos de los contrincantes y que a pesar de acumular muchas virtudes
también cuenta con defectos que tratarán de ser puestos a la vista por los
demás.
Que hay que mejorar
siempre. Tener los pies en el suelo y saber que en cualquier recoveco del
camino pueden llegar los problemas. Recordar, en definitiva, que somos “mortales”;
que podemos perder y que la humildad sigue siendo fundamental.
La incertidumbre (no
tanto el peligro pues como se ha dicho no fue mucho el creado por el Oviedo) se
acabó con una jugada maravillosa, realmente extraordinaria, a raíz de la cual
llegó el 2-0 sobre el minuto 87.
Enésimo robo por
anticipación de Samu Mayo esta vez con un solo toque de tacón hacia Yelko, este
también de primeras asiste a Toño que llegaba por delante. Toño ve la carrera en
profundidad de Jaichenko y, otra vez de primeras, le filtra un pase precioso en
el momento justo al canterano para que este (otra vez, sí, de primeras)
superara con elegancia la salida del guardameta asturiano.
Cuatro toques, cuatro,
y la jugada, que comenzó a cuarenta metros de la portería algo escorada,
terminó con el balón en las redes visitantes tras la elaboración de una acción
colectiva relampagueante y plena de calidad.
En mi opinión, uno de
los mejores goles que se han visto en Pontevedra en bastante tiempo.
Hubo tiempo, además,
para que, ya en la prolongación, una asistencia de Yelko fuera aprovechada por
Carlos López para controlar, irse en velocidad y conectar un zurdazo inapelable
que significó el tercer tanto pontevedrés.
Ojalá este bonito gol
permita al punta de Ares coger confianza y fuerza para seguir esperando su
momento pues creo que llegará esa fase de competición en la que ayudará con
mucho más protagonismo al ataque granate.
Se completaba así un partido
gris pero en el que durante la mayor parte del tiempo el Pontevedra tuvo
controlada la situación.
Aparecieron dudas, esa
incertidumbre ya mencionada, algún rumor de una grada algo más poblada pero
extrañamente más callada que otras veces y al final la sentencia con esos goles
a la contra que incluso pudo ser uno más al enviar un balón al poste Alex González
en la última acción del encuentro.
Es normal, insisto, que
tengamos problemas en partidos y que haya que desenredar madejas que no se desenrollen
de manera fácil en algunas ocasiones.
Aún así ya me gustaría
que llegaran más partidos no brillantes en los que al final se acabe ganando
por 3 a 0, es decir, goleando.
Me temo que no será así
y que habrá que apretar los dientes muchas veces y mostrar esa otra faceta que
el equipo debe aprender a dominar.
Esa que dicta que
cuando no salen las cosas tan bien en ataque, si pueden salir en defensa,
estando unidos pasando los malos ratos y en espera de poder meter el cuchillo
al final.
No olvidemos nunca que “solo somos un equipo” y que en algún momento, si no hacemos las
cosas bien, “podemos morir sobre el césped”.