lunes, 11 de marzo de 2019

Hay goles que matan

Como una puñalada trapera. 

Fría, cobarde y traicionera.

Así recibí en mi interior ese maldito gol del Burgos en el penúltimo instante de partido.

Siempre me he distinguido por no sucumbir con facilidad al desaliento en todo aquello referido al Pontevedra CF.
A pesar de que a lo largo de los casi cuarenta años de socio que tengo el honor de llevar a mis espaldas me sobran dedos de una sola mano para enumerar las alegrías de verdad que me ha proporcionado el equipo, en los momentos malos que han sido muchos tanto económicos como deportivos (aunque lo cierto es que los primeros problemas siempre llevan aparejados los segundos) he tratado de ver siempre la realidad desde el lado más positivo posible y encontrar la motivación para la siguiente meta en el menor tiempo posible tratando de superar los disgustos que se acumulaban en el zurrón del sentimiento granate.

Por citar algunos de los ejemplos más cercanos:

¿Qué bajábamos de nuevo a 2ªB después de un solo año disfrutando de la segunda división, en gran parte por una nefasta gestión deportiva en aquel verano con fichajes en su mayoría calamitosos? 

Pues a mal tiempo buena cara y a soñar con la próxima temporada y en el regreso inmediato a LFP.

¿Qué esa siguiente temporada acaba en tragedia con una eliminación contra el Sevilla B alucinante y crudelísima que extendió la depresión tanto dentro como fuera del club? 

Pues a venirse arriba y enviar un escrito a la prensa local en el que recordaba lo maravilloso que resulta sentir este escudo y que la campaña siguiente sería la del retorno.

¿Qué tampoco se produjo ese retorno a la siguiente porque se desaprovechó un 2-0 en casa logrado a los diez minutos y que ya habíamos dilapidado antes del descanso? 

Pues a rearmarse con rapidez y cumplir con la máxima de " a la tercera va la vencida" (que ya sabemos que no se cumplió al caer de nuevo en Pasarón en un pésimo partido ante el Ceuta).

¿Qué mientras los ceutíes todavía celebraban su pase a la última eliminatoria en Pasarón nos enteramos que en tiempo récord habíamos pasado de la entidad más saneada de España a que "o nos ayudan las instituciones o esto se hunde"?

Más moral, más pontevedresismo, más confianza en que se saldría adelante.

¿Qué después de que un arbitraje indigno (cuyo protagonista todavía pita a día de hoy en segunda división) contribuyese a alejarnos otra vez del sueño, nos vamos a 3ª División entre sentadas de los jugadores en pleno partido por falta de cobro?

Pues seguir enarbolando la bandera granate y animando a mi entorno de que no podemos abandonar ahora la nave y que ya vendrán tiempos mejores.

¿Qués después de cuatro años, sí, CUATRO AÑOS penando por tercera división el año pasado casi se roza otra vez la tragedia echando por tierra el trabajo de la campaña anterior?

Más ánimos, más " el Pontevedra CF está por encima de cualquier dirigente, técnico o jugador" por muy lamentables que algunos comportamientos hayan podido ser la temporada pasada.

Vale. Ya paro.

Si hago esta enumeración de circunstancias que han rodeado al Pontevedra CF en los últimos años (me he limitado a los últimos quince pues la perspectiva general de estas casi cuatro décadas como socio y ahora abonado es que solo UNA TEMPORADA se ha jugado en "fútbol profesional" en cuarenta años) es porque en esta ocasión más que de análisis del partido o de breve reseña del futuro inmediato me ha salido de dentro hablar de la tremenda sensación de desaliento, desesperanza y cansancio que me invadió cuando ese balón lejano de Adrián Cruz se colaba subrepticiamente en la portería granate.

Sí. 
Ya sé que solo es un partido más que se empata y que a pesar de que nos quita muchos boletos para jugar la fase de ascenso todavía no nos deja fuera y que en estos diez últimos partidos es posible que todavía existan opciones para volver arriba.

Más no sería justo si no confesara a aquellas personas que leen a veces este blog (mi inmensa gratitud otra vez por ello) que en el mismo instante en que esa pelota besó las mallas de Edu lo único que me pedía el cuerpo es salir de allí como "alma que lleva el diablo".

Era el disgusto del gol en contra en el 89, por supuesto. 
Más también pesaba el hecho de que ese tanto llegase en una jugada evitable en la que Pibe y Alex Fernández llegan tarde a tapar y en la que Edu no sé si por el bote, por la lejanía o porque razón no llega a tiempo a despejar encajando un gol perfectamente evitable.

También era por la conducta excesivamente relajada ( siempre en mi opinión, claro) de una afición muy callada a lo largo del casi todo el choque y que ni siquiera viendo el sufrimiento evidente de sus jugadores en el último cuarto de hora se animó a alentar y a tratar de dotar de esos gramos de fuerza adicionales a los protagonistas.

Que vaya por delante que el balón de Adrián Cruz habría entrado igualmente con el público jaleando y pitando sin cesar las acciones del Burgos  y que nada más lejos de la realidad el responsabilizar a nadie que no sean jugadores y entrenador del resultado final.

Sólo lo comento porque a veces duele ver las gradas tan vacías y calladas y más si recuerdo como apretaba esta afición no hace demasiado tiempo (tanto para bien como para mal).

Es evidente que tampoco ayuda sino todo lo contrario medidas tan lamentables, tan casposas y tan rancias como la de tratar de convertir el Estadio en una "discoteca de tercera" facilitando la entrada gratuita a las mujeres en un presunto homenaje a las mismas por el 8 de Marzo cuando realmente lo que se está demostrando con esta política es no entender absolutamente nada del tema y no hacer un homenaje sino un feo al conjunto de las mujeres granates.

Y tampoco ayuda la constante tensión entre un Consejo de Administración (cuyas cabezas visibles parecen más pendientes de recibir un par de "palmaditas" en la espalda en la grada de Tribuna camino del "macropalco) y esa parte más joven (sí, alguna gente joven todavía sigue yendo al campo) que desde hace demasiado tiempo no hace sentir ese aliento tan importante en un Estadio que sin duda les necesita más.

Es en este punto en el que cabe preguntarse qué es lo que hace (además de enviar glosas floreadas sobre los jefes a la prensa) el presunto consejero nominado para acercar posturas con las Peñas y que hace no demasiado tiempo se reivindicaba como el estandarte de la gente joven de Pasarón que estaba harta de la deriva que había tomado la institución.

Indiferencia, demasiado silencio y al final ese gol que al menos al que esto escribe le cayó como un jarro de auténtica agua helada sobre la cabeza.

¿Del partido qué decir?

Pues que debió de ganarlo el Pontevedra que gozó de las dos únicas oportunidades en el primer tiempo.
La primera de Alex González con su pierna mala, la derecha. 
La segunda desaprovechada con "un pase de cabeza al portero" por un Arruabarrena negado e inocente desde hace mucho tiempo ante el gol y que todavía se permite el lujo de poner malas caras cada vez que es sustituido, no entendiendo tampoco este atribulado bloguero la actitud de Luismi yendo hacia el jugador para tratar de aplacar sus ánimos. Absurdo.

La segunda parte comenzó con nuestro gol y siguió con un Pontevedra que dejó la posesión al Burgos que no llegaba con peligro a nuestro área en el que destacaba un enorme Adrián León hasta su lesión.       
Con el cambio de Cervero (que se unía a Mayor en la punta castellana) el rival incrementó el juego aéreo y a pesar de que se sufría por no llegar a tiempo a algún rechace la sensación era de que se iba a aguantar el marcador y que el equipo estaba firme.

Es cierto que el cambio de Romay a falta de viente minutos nos dejó sin apenas capacidad de retención y aguante de pelota.
Es cierto también que el de Malpica "andaba" tocado desde el final de la primera parte pero también es verdad que a veces a los jugadores hay que apretarlos y hay que concienciarlos de que se debe sufrir en ocasiones sobre el césped y haber aguantado unos diez minutos más ese cambio quizá nos habría traído más beneficios que perjuicios.

Luego llegó ese dichoso gol.

¿Hubo alguna opción todavía después del empate)
Por raro que parezca, sí.

En el descuento se pudo comprobar el porqué Berrocal ha dejado de jugar de delantero centro y se le mete a veces con calzador en mediocampo.

Gozó el cordobés de una pelota en el centro del área tras evidente fallo defensivo para estamparla contra la portería rival y sacarnos del pozo en el que nos habíamos metido pero tardo tanto y tanto y tanto en rematar que cuando lo hizo un defensa había llegado desde Miranda de Ebro para rechazar y enviar la pelota a la esquina. 

Ahí se acabó todo y dos puntos que jamás debieron de irse iniciaron su vuelo desde Pasarón. Uno se desintegró en el aire, el otro tomó destino Burgos.

No quiero terminar esta columna del blog sin recordar a una persona muy querida y muy pontevedresa que nos dejó el Viernes tras soportar estoicamente y con gran entereza una enfermedad larguísima sobre la que apenas se investiga e invierte para lograr remedios. 

Mi padrino, Avelino Lage Casal.

Jugó en el juvenil de Pontevedra CF en la década de los 60 e incluso llegó a debutar con el Atlético Pontevedrés.
Una grave lesión cortó su incipiente carrera futbolística pero desde ese momento trasladó su pasión por "su" Pontevedra de la hierba a las gradas. 
Cuando este bloguero era un niño contribuyó a transmitirle la grandeza de esta institución y el enorme cariño que por ella sentía.

Le imaginé ayer en dondequiera que se encuentra ahora maldiciendo por lo bajo después del empate visitante.    

Que la tierra te sea leve, padrino. 
   


  
        

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