lunes, 20 de marzo de 2023

El corazón salta pero la cabeza necesita más pruebas.

Conseguir la permanencia en 1ºRFEF me parecía un milagro deportivo hace 3 semanas cuando caímos en casa ante el Ceuta y un milagro deportivo con tirabuzón después de perder en Fuenlabrada.

En ese momento, tras la dolorosa derrota en el Fernando Torres, restaban doce partidos para el final, éramos últimos y la distancia con la salvación se iba hasta los 8 puntos.

Dos jornadas más tarde, a falta de diez y con el equipo logrando algo que parecía imposible, vencer en dos partidos seguidos, la permanencia todavía me parece un milagro deportivo, quizá ya con ese tirabuzón menos rocambolesco pero, en definitiva, un milagro deportivo.

Los dos encuentros consecutivos ganados en casa han supuesto (al margen de la inyección lógica de alegría y confianza) que el margen que era de ocho puntos se haya quedado en cuatro y que ya no ocupemos el último lugar en la tabla.

Sí. Si dejo hablar solo a mi corazón, el Pontevedra acabaría la Liga con 58 puntos y todo este mal trago que estamos bebiendo en la temporada se habría digerido como una pesadilla disuelta por la vuelta a la realidad consciente.

Sí. Si dejo que sea mi corazón el que reine, el que mande, llegaré a la conclusión que el Pontevedra CF aprovechará este empujón de los 6 puntos conseguidos en casa para lanzarse hacia adelante y salir airoso de los duelos que nos quedan por delante.

Lo que pasa es que el  corazón deja de situarse en primer plano a medida que los ilusionantes efectos de las victorias se van alejando en el tiempo. A medida que pasan los días y se acerca la siguiente jornada, la cabeza vuelve a tomar protagonismo y la idea de lograr la tan aislada salvación no decae pero se atempera ante la lógica implacable del sentido común.

Se ha recortado la distancia a la mitad, desde luego, pero el trecho que queda es empinado, pedregoso y lleno de trampas que amenazarán al equipo y tratarán de empujarlo de nuevo más hacia un abismo del que todavía no ha salido.

Lo cierto, sin embargo, es que la primera parte frente al Linares trajo por fin el acierto y la contundencia en ataque que tanto hemos echado de menos a lo largo de toda la competición y que tanto vamos a seguir necesitando en lo que resta.

Los datos del rival (segundo equipo con más goles encajados aunque con buena marca en los marcados) hacía presagiar que el Pontevedra podría encontrar los caminos hacia la portería andaluza con más asiduidad que otras veces; que no nos encontraríamos con un contrario pegajoso, cerrado y defensivo contra el que estrellarnos una y otra vez.

Y lo cierto es que esa predicción se cumplió desde el principio.

El Linares jugó y dejó jugar y el Pontevedra CF recogió el guante y deleitó por fin a su gente con buena puntería a la hora de encarar la suerte suprema del gol.

El primero fue una obra de arte que quizá en el campo le pasó algo desapercibida al atribulado bloguero que esto escribe pues además de su irremediable atormentamiento, acumula en sus ojos bastante más dioptrías de las que tenía la última vez que se revisó la vista, allá por el paelolítico superior.  

Charles recibe de espaldas y con un solo toque genial se acomoda la pelota para darse la vuelta y empalmarla todavía en el aire logrando un remate maravilloso, estético y certero ante el que nada pudo hacer el arquero rival. 

Todo parecía bonito y ese tanto de tan bella factura ayudó a muchos de los que llegamos con la comida en la boca a ir digiriendo mejor esos alimentos deglutidos con más prisa de lo recomendable.

Claro que esa digestión benigna sufrió un sobresalto muy poco después del gol de Charles.

En una jugada que demostró, por un lado, que en ataque el Linares no era manco y, por otro lado, que el Pontevedra no acaba de dejar de dar facilidades a sus contrarios, llegaba el gol del empate del Linares que pudo tocar de lado a lado del área el balón con total facilidad hasta introducirla en la meta de Cacharron.

No dio tiempo, no obstante, a que los jugos gástricos se envenenaran pues sin margen de continuidad una jugada de estrategia en un corner permitía a a Román enviar la pelota al a red tras un pase desde la esquina de Borja a ras de suelo que cogió algo más que dormida a la defensa azul.

Y como colofón a esta bacanal de goles muy poco vista por estos andurriales esta temporada, llegó la cabalgada por la izquierda del gran capitán que terminó con un lanzamiento seco, potente, cruzado y precioso que ponía el tercero en el marcador y enviaba, además esa comida al pozo de las digestiones completas.

Habían sido 25 minutos de gran acierto rematador granate y de ciertas inseguridades atrás (el Linares logró otro gol anulado por fuera de juego), sobre todo, por banda derecha, pero el saldo resultaba muy favorable a nuestros intereses con ese 3-1.

Fue una primera parte, por lo demás, en la que Alex recuperó la chispa que no tuvo ante el Algeciras, en la que Borja volvió a mover bien al equipo con la inestimable ayuda de un Román con el que forma un buen tándem y en la que Bastos demostró que sin hacer nada del otro mundo su presencia es muy importante aunque solo sea (que lo es por más cosas) porque permite a Alex no exiliarse al lateral y perder gran parte de su recorrido en ataque.

Las sensaciones al descanso eran buenas.

Es cierto que se había cometido algún error atrás pero arriba el equipo había sido al fin contundente y nada hacía indicar que no se tuvieran más opciones tras el descanso para seguir llegando al ataque.

No fue así.

El Pontevedra volvió a salir mal en el segundo tiempo en Pasarón y poco a poco el Linares (que como es lógico dio un paso todavía más adelante y se hizo con el balón) creo incertidumbre y momentos de zozobra en buena parte de esa segunda mitad.

Entra dentro de lo normal y lo previsible que ganando 3-1 el equipo busque resguardarse más en defensa buscando los espacios que el rival a buen seguro tendría que dejar sí de verdad se iba en busca de remontar el marcador.

Eso hizo el Pontevedra pero la sensación en el campo no era la de un conjunto confiado y tranquilo por ese margen de 2 goles en el tanteador sino que una sensación de nervios y de inseguridad se fue apoderando del ambiente de manera irremediable.

Además de mostrar esa inseguridad o "medio" fragilidad en defensa (no de los defensas sino del equipo en general en esa faceta), el Pontevedra fue incapaz de hacerse con el balón ya fuera para alternar el dominio visitante con alguna posesión larga que desgastara al Linares y nos tranquilizara a nosotros o ya para encontrar el camino de los contraataques ante el espacio que dejaba a su espalda el conjunto jienense.

En esa situación de nerviosismo llegó la jugada del penalti a favor del cuadro andaluz cuando todavía faltaban más de 20 minutos para el final y los fantasmas volvieron a aparecer uno detrás de otro mientras el encargado de lanzarlo se disponía a empezar la carrerilla.

Claro que en ese momento apareció, en forma de Bill Murray, Pablo Cacharron para cazar todos los espectros que resultasen necesarios y rechazar en gran intervención el disparo desde los 11 metros.

Lleva ya muchos partidos Cacharrón realizando grandes actuaciones y otra vez el Sábado resultó providencial para frenar el ímpetu de los de Linarejos y despertar un poco a unos compañeros que en ese momento no sabían donde estaba la máquina de engullir ectoplasmas.

De ahí al final, el Linares perdió algo de fuerza y el Pontevedra incluso encontró dos contragolpes en los que Bakero (que había sustituido a Charles) no consiguió reconciliarse con el gol mandando el balón cruzado y fuera en la primera jugada que él mismo fabricó y "rehuyendo" la portería contraria en la segunda  que le fabricaron sus compañeros.

Los minutos fueron transcurriendo sin demasiados sobresaltos y con la impresión de que en ese tramo de segunda parte el Linares metió miedo pero, al margen del penalti, sin disfrutar de ocasiones claras y que incluso (salvo en una ocasión que se fue por encima del larguero) se había vuelto a defender decentemente el balón aéreo rival.

Como ya señalé al principio de esta columna, con el pitido final  el que mandaba era todavía el corazón  y la ilusión y la esperanza desmedida reinó durante un tiempo en el cerebro del que esto escribe.

Luego, con el paso de las horas, el "souffle" de sentimientos vuelve a su sitio para dejar paso a la seca, racional (y cada vez más desprovista de cabello) cabeza.

Y es la cabeza la que pone sobre la mesa esa realidad que dice que la cuestión todavía es improbable aunque posible.

Es la cabeza la que sí concede que el equipo ha logrado algo que esta temporada en Liga parecía irrealizable, ganar dos partidos seguidos y que en casa parece que volvemos a adquirir más seguridad  a pesar de los nervios que aparecieron más de la cuenta en la primera media hora del segundo tiempo.

Es la cabeza, sin embargo, la que también razona que el Pontevedra necesita, y lo necesita ya, hacerse más fuerte lejos de casa. Que llevamos 5 derrotas seguidas de visitante en la que solo hemos marcado un gol y que, de los dos partidos ganados a domicilio, solo en Algeciras dimos sensación de sobriedad.

La misma cabeza que dice que vamos a necesitar muchos de los 30 puntos que quedan en disputa y que no van a llegar los de casa aún en el caso de que se hiciera la "machada" de ganar todos los que quedan aquí hasta el final (Córdoba o Deportivo incluidos).

Ahora, insiste y repite de nuevo mi cabeza, es improbable pero posible y la misión ímproba que queda por delante es conseguir que cada vez sea un poquito menos improbable y un poquito más posible.

Sí, y en eso no solo el corazón sino también la cabeza está de acuerdo, todavía estamos a tiempo.

Improbable pero posible.  



  


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